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“La lengua no engaña: largarse rima con salvarse. Si te estás muriendo, lárgate.

Si estás sufriendo, muévete. No existe más ley que la del movimiento.”

📖 #NiDeEvaNiDeAdán, de Amélie Nothomb.

Quien dijera eso de que “lo mejor de un viaje no es el destino, sino el camino”, seguramente nunca hizo un largo trayecto con escalas. Y, sin duda, jamás tuvo un hijo de los que se divierten clavando un lápiz en el muslo de su vecino de asiento en el avión, o escondiéndose en la cinta transportadora de maletas porque les hace gracia ver las caras espantadas de los adultos.

Volar con niños es una prueba de la vida que requiere práctica y capacidad de supervivencia. Los aeropuertos, en fin, no son más que salas de espera gigantescas en las que gastas tu vida haciendo tediosas colas durante mucho tiempo, estás cansado y te molesta todo porque has dormido poco eligiendo (mal) ropa la noche anterior. El colapso mental y físico acecha en cada esquina.

Sin embargo, también hay algo especial en esos lugares: la posibilidad de volar a casi cualquier lugar. La emoción de descubrir el mundo. Las vacaciones. Nuevos comienzos y felices regresos a casa. Pero, ay, amigo, te cobran 26 euros por un zumo de naranja, tienes calor porque te has puesto los jerséis gordos para que las maletas pesen menos y tus hijos no dejan de jugar a su juego favorito de los viajes largos: pegarse patadas.

Restauremos juntos el orden natural del mundo. Como premisa, es importantísimo estar preparado para esquivar a los tres enemigos mortales de los viajeros con niños: aburrimiento, hambre y cansancio. Repite conmigo: Sí se puede.

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Estos son nuestros consejos para que las ganas de cometer seppuku no se conviertan en tu primera opción (aunque, quizás, sí la segunda):

1. Películas en cinco, cuatro, tres, dos, uno…: Sin culpa. Los estudios científicos que dicen que las pantallas producen daños en el cerebro de los niños quedan invalidados a partir de los treinta mil metros de altura.

2. La Ley de Murphy también vuela: Considera añadir a tu equipaje de mano los objetos que te gustaría tener cerca para cualquier escenario en el que se pueda escuchar esta frase: “¡Mecag… chis!”. Toallitas húmedas, ropa de recambio, chuches para el despegue y aterrizaje, una manta zamorana, un kit de costura, un Twingo, puntos de sutura, un psicólogo, dos quiroprácticos y comida para mascotas. O nada. De todas formas, nunca será suficiente. Consejo profesional: Coloca el kit “Mecagchis” en un bolso o mochila con muchos bolsillos y, tan pronto como te sientes, búscale un sitio privilegiado en el respaldo del asiento delantero.

3. Anticipación: Explica a tus niños qué van a encontrarse en el aeropuerto, durante el vuelo o en el destino. Eso los motivará y, en parte, hará que pierdan el miedo a lo desconocido. Esta recomendación no es válida en caso de que reserves un crucero con meses de antelación y, en el ínterin, tu hija se convierta en fanática de la historia del Titanic y se niegue a ir en barco. Entonces, mejor concéntrate en darle uso a los billetes del crucero como sustitutos del papel higiénico.

4. Temporada de capeo: Puedes, y debes, estar preparado para cambios drásticos de temperatura dentro del avión. Conviene vestirse con varias capas cómodas, preferiblemente sin botones, cremalleras o cualquier cosa que impida llegar al baño a tiempo. El mismo principio se aplica para los zapatos: mejor sin cordones para pasar más rápidamente el control de seguridad.

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5. Trunqui: Los miniviajeros, desde muy pequeños (dos años), son capaces de hacerse responsables de una almohadita, de una mochila o de una maletita con pocas cosas. Las trunkis son la mar de prácticas para esos menesteres: son juguete, asiento, un medio de transporte y, además, maleta. Y aumentan las posibilidades de que tus hijos se cansen antes de subir al avión. El hecho de que los niños hagan su propio equipaje proporciona, además, una emoción indescriptible. A los padres.

6. Sorpresas retro: Un libro, pegatinas o un cuaderno son utensilios que pueden funcionar como apagafuegos en algún momento delicado. ¿A quién no le gusta desenvolver un regalo? La clave es llevar juguetes adaptados para cada edad y que cumplan ciertos requisitos viajeros: que sean silenciosos, que no ensucien, que no requieran baterías, que no tengan piezas que se puedan caer al suelo… Y que la posibilidad de que desaparezcan debajo de un asiento suponga un cierto alivio.

7. No a los gigantocarros: Si tu bebé todavía usa carrito, los de gran tamaño no son prácticos. Ni en los aeropuertos, que ya suelen disponer de sillitas para bebés a disposición de los viajeros, ni en los aviones, ni en las habitaciones de los hoteles, a no ser que te alojes en La Mamounia. Las mochilas y telas de porteo, las sillas de tijera o las tipo Yoyo (son caras, pero Aliexpress vende una copia exacta, Yoya, que tiene la ventaja de autodestruirse a los tres meses de uso) te alegrarán la vida en espacios reducidos y calles sin pavimentar.

8. Parks and Recreation: Busca en el aeropuerto (mejor con semanas de antelación, ya que, si estás leyendo esto, probablemente eres un sociópata friqui del control) las áreas infantiles. En su defecto, los carritos portaequipajes y las pasarelas móviles gustan más que comer con los dedos. Risas y castañazos garantizados.

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9. Bocadillos o snacks: Además de una táctica estupenda para distraer a los niños, la comida es una fuente de regocijo y entretenimiento muy apreciada en los viajes. Para no fallar, asegúrate de incorporar, en grandes cantidades, todas las variedades de materias grasas y azúcares catalogadas en el planeta desde 1912.

10. Barotraumas: Cuando despegamos y aterrizamos, dentro del avión se crea una diferencia de presión que puede causar la sensación de oído taponado, una molestia auditiva llamada barotrauma. Se minimiza con la succión (amamantar es mano de santo).

Si nada funciona, recuerda esto: pase lo que pase, al llegar te espera un mundo de evasiones ilegales, inmorales y engordantes. Para ti. No para ellos.

11. Bonus track: Lleva una docena de paquetes de tapones para los oídos y repártelos entre los pasajeros de asientos aledaños, por si sufres la ignominia de que el bebé que grita histérico en el avión sea tu bebé.

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