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Otra vez horas de viaje a porrillo, y ya llevamos a las espaldas dos mil kilómetros de carreteras polvorientas perdidas de la mano de Alá. Tanto tiempo mirando el paisaje nos ha hecho reflexionar y tomar una decisión: en este viaje vamos a ver el lado positivo de las cosas. Pase lo que pase.
Llegamos a Marrakech y cogimos un taxi que, en lugar de alfombrillas, tenía ¡alfombras persas!

En él subidos nos fuimos a nuestro riad preferido, el Cecil. Pero, oh qué pena, por obra y gracia de un grupo de 18 estudiantes suizos, tenía todas las habitaciones ocupadas. Todas menos una… La número 26.

Al entrar a aquel cuartito de paredes resquebrajadas, nos recibió un olor… ¿cómo definirlo? como si a todo el mundo se le hubiera olvidado tirar de la cadena durante los últimos diez años… después de pasar por ahí un regimiento de camellería con diarrea. Como no somos tiquismiquis, nos tapamos la nariz y pusimos un plástico en el desagüe. Santas Pascuas.

Sábanas sucias. Paredes desconchadas. Camas para pitufos… Tanto nos dio lo mismo que lo mismo nos dio. Estábamos en positivo y nos fuimos a dormir, que estábamos muertos, pero… gritos, risas, carreras por el pasillo… el grupo de suizos había decidido vivir la noche loca, en frente de nuestra habitación, como si no hubiera un mañana. Pero a nosotros plin. Positivos, positivos. A eso de las tres de la madrugada se sincronizaron como relojes, enmudecieron y se durmieron, ignoramos si juntos o por separado.
Por fin cerramos los ojos, agotados y… un chorro de agua marroncilla empezó a caernos cual cascada sobre la cara. Apartamos el mejunje y miramos hacia el techo: un agujero (a la altura de la almohada) dejaba pasar el agua del váter (y TODO su contenido) del piso superior cada vez que le daban a la cisterna…

Positiv… ¡Se acabó! Acordándonos de todos sus difuntos, juramos en árabe y en arameo y pedimos un cambio de habitación. El de recepción reía. Pasaba de nosotros. Decía algo así como hablababuchoquenoteescucho. Se levantó y se fue. Dejándonos allí. Abatidos. Agotados. Con la cara meada.

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Entonces Guille tomó las riendas. ¡Voy a poner los huevos sobre la mesa! Amenazó, aunque, afortunadamente, no lo cumplió. A cambio, como dice la canción, sacó fuera de sí su agüita amarilla, y regó, manguera en mano, toda la recepción. No hay foto del momento porque… salimos corriendo.
Ya no podremos volver al Cecil. Nunca más. Si alguien de allí lee esto, perdón, nos dejamos llevar por la emoción de la ley del Talión (ésa del ojo por ojo, meado por meada). Afortunadamente, hemos encontrado otro riad en el que nos quedaremos la próxima vez que vayamos a Marrakech. Es de una tía de Inma, Rita,que se lo tenía muy calladito:

Mañana… Fez.

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