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La cuesta. Aquí es donde vamos a empezar a pagar, CON SUDOR.

La cuesta CUESTA.

Gwalior, el último lugar en el que estaremos antes de encaminarnos a Delhi, nos ha dejado un regusto agradable. Es una ciudad enorme, comparada con Juan Gopar y hasta con Madrid, pero de tamaño estándar para los cánones de la India. Está al norte del estado de Madhya Pradesh en la India central y a 122 km al sur de Agra.

Allí visitamos un fuerte que, además de dar fe de sus 1000 años de historia, nos obliga a recorrer andando una carretera ascendente durante media hora para llegar a él. De camino, un grupo de esculturas jaimistas del siglo XV, algunas de 17 metros de altura, nos dejan boquiabiertos. Hay casi un centenar, y algunas de esas excavaciones en piedra fueron originariamente residencias. Al llegar al hotel e investigar un poco, nos enteramos que Gwalior es un antiguo centro de culto jainista, una religión que descubrimos en la India y de la que espero que podamos hablar más adelante.

Una vez en el fuerte se puede uno sentar en un muro y llenarse el espíritu viendo la ciudad entera.

Dan ganas de hacerse jainista

17 metros y 600 años de Jainismo te contemplan

También hay varios palacios, y el más bonito es el de Man Singh o palacio pintado, llamado así por sus cenefas pintadas en el exterior representando elefantes, pavos y patos.

Otras cosas que hicimos en Gwalior, pero que no fotografiamos porque fueron inesperadas: 

Fuimos al cine. Dos veces. La primera vimos una comedia sobre uno que vuelve a su pueblo natal porque se queda sin trabajo e inventa, de carambola, una historia de extraterrestres que los enriquece a todos. Muy loca. Sin embargo, la segunda película no nos gustó. La sala se llenó de sijs, ésos que van con puñales y dagas a todas partes, que se pusieron tiesos cuando en los títulos de crédito del principio sonó el himno nacional y durante la película no pararon de hablar. En fin, cualquiera les tose, señores armados. Además, en vez de en hindi, los actores hablaban en punjabí y 

Sí, sí parezco lela. Pues sobre el escenario más.

todavía no lo tenemos muy dominado, así que no nos enteramos de nada.

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La otra actividad destacable que disfrutamos (además del para nosotros obligado paseo por el zoco, donde me compré unas licras verdes, y enterrar el pie hasta el tobillo en una mierda de burro) fue asistir a un concurso de canto y baile en un centro comercial. El público estaba eufórico, hacían bailes de Bollywood y aplaudían hasta el dolor de manos a un chico orondo que cantaba, para mi gusto regular, en hindi. Con la gente ya entregada por obra y gracias al gordo, me animé a subir al escenario justo después de él. Canté Quizás, quizás… y en un giro inesperado los asistentes se embajonaron tanto que tuvo que acudir Guille al rescate y no se le ocurrió otra cosa que bailar hincando la rodilla en el suelo, como en una película que habíamos visto en Jaipur. El público se vino arriba otra vez y ganamos uno de los premios: dos gorras amarillas y una cosa que no sabemos que es pero servirá para meter bolis.

Quien quiera saber más sobre esta ciudad, puede leer en internet, aquí mismo, y hacernos un resumen. Nosotros tenemos que salir corriendo ahora a comprar un montón de Kleenex para secarnos las lágrimas porque nos vamos… dentro de tres días. Qué rápido está pasando esta semana.

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