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Hace dos días despedimos Dubái y nos embarcamos rumbo a Omán, un país del que nos hemos quedado con ganas de visitar más, con calma y tiempo, en otra ocasión. Kabash fue nuestra pequeña primera parada, que empezamos con emoción y prisas porque no sabíamos si llegaríamos a tiempo a la excursión.

Esta es (la poco interesante) precuela:

2.00 am: Escribí a una agencia local elegida al tuntún en internet.

8.30 am: Me contestaron que contaban con nosotros.

8.35 am: Allí estaremos, les dije, pero imposible que lleguemos antes de las 9.30 am.

8.40 am: La hora tope son las 9.00 am (contestación).

9.07 am: En el camarote todos durmiendo. Imposible, imposible, pero que podemos estar a las 9.15, última oferta. Y salimos pitando, sin esperar respuesta y cargados de plátanos.

9.15 am: No había manera de encontrar la tarjeta del barco, indispensable para abandonarlo, así que nos retrasamos más todavía.

9.27 am: Rumbo al embarcadero, en un coche, a toda pastilla.

9.35: Nos recogieron a pie de muelle y nos llevaron hasta una barcaza tradicional omaní, con fruta, agua y toallas a nuestra disposición, y los delfines nadando a nuestra vera en medio de un paisaje espectacular. Nos gustó todo, y especialmente lo respetuosos que eran con los animales. No los perseguían sino que les silbaban y dejaban que nadaran cerca del barco si ellos querían. En un punto de la excursión, los que llevábamos bañador nos tiramos al agua e hicimos snorkel.

 

 

 

 

 

 

Vimos los fiordos y a los delfines nadar y brincar al lado de nuestra embarcación tradicional omaní. Nos bañamos en aguas transparentes y saladas, llenas de pececillos de colores. Y cabras. Muchas cabras alegres y libres. Mañana Mascate, capital del reino.
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