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Panorámica de Bombay.
Bombay nos recibió con los brazos abiertos y nosotros correspondimos, felices, como niños con falta de afecto.

 

Es verdad que el tráfico es pesadillesco, la marea humana te arrolla por las calles y los cuervos posados por las aristas de toda la ciudad hacen inquietante cualquier caminata.

Cuervos posados en la verja que rodea el Tribunal de Justicia.

Por no hablar del ruido.

La señal de tráfico más ignorada de Bombay.
Pero nos movemos por la ilusión y nuestra ilusión aquí tiene nombre: Bollywood.
Que sí, que los templos, las cuevas, la comida, los mercadillos y las puestas de sol merecen la pena hasta el último minuto de vida que nos está quitando la contaminación de este lugar. Pero actuar en Bollywood es el motivo que secretamente nos ha arrastrado a Bombay.
Somos devotos, groupies de atar, desde la primera vez que fuimos a un cine indio, hace un año y medio, en Jaipur. Como nos cuesta aprendernos los nombres de los actores, los bautizamos a nuestra manera: Sari Carbonero, Narigudo, Malote, Chakira, Esteso, Polbalchán…

2012: primera incursión en el cine indio, en plan celebs

Por eso, nuestro primer día nos vestimos como para no pasar desapercibidos y partimos, tempranito, hacia la Puerta de la India, donde decía la guía que los ojeadores buscaban a extras occidentales. Paseamos con y sin rumbo, y hasta entramos al lujosísimo hotel Taj Mahal (custodiado por tanques desde que una bomba explotara en sus instalaciones, en 2008, dejando un reguero de muertos).

El hotel Taj Mahal se asoma al Mar de Arabia desde Bombay.
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Nada ni nadie nos hizo caso, aparte de uno que nos encasquetó unos globos gigantes por 30 rupias.

Al fondo, la Puerta de la India.
Seguimos hacia el mar de Arabia y vimos un barco tan destartalado que no sabíamos si se estaba hundiendo o saliendo a flote. Saltamos.
Pasó una hora y llegamos a una isla llamada Elefanta, aunque ahí los animales protagonistas son los monos.
En la entrada había un cartel que decía que era Patrimonio Mundial de la India y, en seguida, un grupito de señoras nos explicó que que estábamos a punto de visitar unas cuevas budistas e hinduistas que se remontan a los siglos tercero o quinto, y cuando levantamos la mirada agradecimos a los dioses estar en ese momento en aquel lugar bellísimo.
Y cuando pensábamos que la mañana no iba a dar mucho de sí, alucinamos. Con las cuevas y con las historias de las que se nutren. En la principal hay un templo hindú con forma de mandala, tallado en una sola roca de basalto, que representa el Monte Kailash, la residencia de montaña del dios Shiva.
Todas las paredes tienen grandes esculturas de esta deidad, cada una de más de 5 metros de altura. Como la de las tres cabezas de este dios, en sus estados de ánimo destructor, creador y preservador: la Trimurti (‘tres-formas’, la Trinidad hinduista).
Guille como parte de un experimento para la creación del Cuatrimurti.
Otras esculturas muestran a Shiva aplastando al demonio, permitiendo que Ganga (el río Ganges) fluya a través de su pelo o como la encarnación de la energía cósmica, bailando al son de unos tambores. O en su matrimonio con Parvati.
Estudiando para la oposición con Shiva y Parvati como testigos.
Abajo, Shiva en su aspecto de Ardhanari, dios que reúne ambos sexos en un solo cuerpo.
No soy un hombre ni una mujer solo soy una persona.
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En esta otra imagen, Shiva está sentado en padmasana (postura yóguica con piernas cruzadas) sobre un loto, de penitencia en los Himalayas después de la muerte de su primera esposa Sati, que más tarde renació como Parvati.
También vimos un enorme lingam (símbolo fálico hindú de Shiva, que representa la energía masculina) que aquí es muy sagrado y a nosotros nos da risita.
Guille en modo Vipasana.
Lingam con ofrendas florales alrededor.
Antes de irnos, aprendimos que, si las miras a los ojos y llevas gorra, las vacas se ponen a la defensiva y te embisten. En serio.
Él no lo sabe, pero está a punto de ser embestido.
El ascensor tragapersonas del hotel.
En el hotel, el ascensor estaba en obras y, al vernos cara de agotados, nos dieron internet gratis para compensar, así que nos sentamos a ver el correo y la página de Telecinco en la recepción, donde conocimos a una pareja de argentinos que se pusieron muy pesados con que fuéramos, como ellos, a un ashram en una ciudad llamada Putaparthi… ¿perdona? Putaparthi. Decidimos que a una actividad espiritual no le corresponde un emplazamiento con nombre tan mundano y rechazamos la oferta. Además, seguimos empeñados en lo de Bollywood y esa noche fuimos al cine para coger ritmo. La película era muy mala pero nos gustó igual que La dolce vita. Como siempre, el espectáculo no estaba en la pantalla, sino en la sala.
Fin de jornada con selfie.

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