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Gatos y gatos. Los marroquíes, y los musulmanes en general, tienen predilección por los mininos, a los que otorgan un carácter sagrado, y éstos están muy presentes en sus vidas. Hay gatos en las mezquitas, en los palacios, en los cementerios… y hasta en la sopa.

 

 

Parece que el Profeta tenía una gatita llamada Muezza que se quedó dormida sobre la manga de su túnica antes de que él saliera. Entonces, para no interrumpir su descanso, cortó la tela y abandonó la habitación muy despacio, con extremo cuidado y volviendo la vista hacia atrás enternecido. Al volver, Muezza lo recibió con mimo, arqueando su lomo, y Mahoma entonces le otorgó a todos los gatos la gracia de caer de pie y de entrar en el paraíso.

Por el contrario, ni un solo perro hemos visto pasear sus huesos en lontananza, cuenta algún marroquí que espantan a los ángeles… aunque bien puede ser que uno mordiera a Mahoma, o que le pegara algunas pulgas… lo cierto es que no son bien aceptados por los musulmanes, hasta tal punto si alguno les roza la chilaba, tienen que cambiársela de inmediato porque estaría “impura”. ¿Sabías eso? Pues ya sí.

 

 

 

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